Ya pronto tenemos lo que tanto hemos deseado, anhelado y por lo que hemos luchado:
El regreso presencial a las aulas.
El nuevo año escolar está por comenzar.
Luego de meses de ausencias, de distanciamiento, de experimentación, de pérdidas, de ajustes, de innovación, de fracasos y de éxitos... vale la pena volver a lo mismo de antes?
Si bien los últimos 18 meses no fueron óptimos, lo que teníamos antes, tampoco era óptimo.
Lanzados al ruedo sin preaviso, hoy ninguno de nosotros, nuestras instituciones, nuestros docentes y nuestros estudiantes, es lo que era antes.
Tenemos ante nosotros una verdadera oportunidad de oro: el aprendizaje convencional y la escuela tradicional han sido desestructurados, desmontados y forzados a probar una y mil alternativas, pero con una limitante fatal: la virtualidad.
Pero ahora, nos han devuelto la presencialidad y la virtualidad es solo una modalidad más. Si ya nos atrevimos a probar todo en la virtualidad, porque no capitalizar nuestra fortalecida osadía y atrevernos a transformar ahora la educación y el aprendizaje, también en la presencialidad.
Por un lado, tenemos una deuda pedagógica, cognitiva, emocional y de desarrollo con nuestros estudiantes, niños y jóvenes. Necesitamos recuperar, compensar esos faltantes que dejamos en el camino, esas esquinas que cortamos en este período especial en que nos concentramos en lo esencial.
Pero por el otro lado, tenemos la oportunidad y finalmente libertad de transformar el aprendizaje en una verdadera experiencia dinámica, humana, emocional y divertida, en la cual nuestros estudiantes prosperen en conocimiento, habilidades, emociones y alegría.
Ya hicimos un esfuerzo enorme en la virtualidad, hagamos uno aún mayor en la presencialidad para que todo este esfuerzo haya valido la pena y nos lleve a verdaderas transformaciones duraderas.